¿Y si la vida en Marte fue responsable de destruir su propio planeta?

5 noviembre 2025

¿Puede la vida ser su peor enemiga? Marte, ese vecino polvoriento que lleva siglos despertando nuestra curiosidad y algún que otro poema de ciencia ficción, guarda quizá una historia aún más trágica y fascinante de lo que imaginamos: ¿y si la vida marciana fue responsable, en última instancia, de que su propio planeta se quedara helado y desierto?

Cuando Marte y la Tierra eran jóvenes e inquietos

Hace cuatro mil millones de años, el sistema solar era un barrio de estreno, con planetas todavía terminando de tomar forma y asteroides lloviendo como si no hubiera mañana (¡que, francamente, para muchos, no la hubo!). En este contexto nuestro planeta logró volverse habitable, y tras unos cuantos millones de años, habitado. Eso sí, olvida los bosques y pajarillos: la biosfera terrestre primitiva era irreconocible respecto a la actualidad. No existía aún el milagro de la fotosíntesis ni plantas verdes a la vista, sino microbios luchando por sobrevivir, buscando energía en químicos liberados por volcanes y respiraderos hidrotermales.

Entre estos pioneros destacan los metanógenos hidrogenotrofos, organismos que se alimentaban de CO2 y H2, muy abundantes por entonces (el H2 suponía hasta 0,1% de la atmósfera, ¡comparado con el ridículo 0,00005% de hoy!). A cambio, liberaban generosas dosis de metano, gas de efecto invernadero que contribuyó a convertir una Tierra joven y con sol perezoso en un lugar lo bastante templado para que la vida evolucionase y prosperara durante los siguientes miles de millones de años.

Mismos ingredientes, distinto resultado: el caso marciano

Si bien este relato explica el éxito terrestre, surge inevitable la pregunta: ¿no pudo pasar algo parecido en Marte? Las últimas investigaciones indican que las condiciones bajo la superficie marciana eran, en ese mismo periodo, similares a las de los océanos primigenios de la Tierra, permitiendo que posible vida microbiana encontrase refugio frente a la radiación y el clima hostil. En los primeros 4 km del subsuelo, temperaturas moderadas y acceso a agua líquida y gases atmosféricos creaban el cocktail perfecto para que posibles ‘marci-metánogenos’ empezaran su fiesta.

Para investigar esto, un equipo científico combinó tres modelos:

  • El primero predice cómo el vulcanismo, la química y la pérdida de gases determinaban la atmósfera y el clima marciano.
  • El segundo caracteriza el subsuelo: temperatura, composición y presencia de agua líquida.
  • El tercero es un modelo biológico basado en ‘metanógenos marcianos’ parecidos (al menos energéticamente) a los terrestres.

Así, simularon los posibles ecosistemas marcianos, teniendo en cuenta docenas de escenarios sobre cómo pudo ser Marte hace 4.000 millones de años. ¿La clave? Los modelos sugieren que el subsuelo marciano pudo haber sido un lugar perfectamente habitable para estos micro-organismos, especialmente en regiones donde CO2 y H2 podían filtrarse.

¿La vida puede helar su propio mundo?

Se han hallado huellas geológicas de que el agua líquida fluyó en la superficie marciana (ríos, lagos, quizá océanos) y el planeta tenía un clima mucho más hospitalario. El modelo de superficie sugiere que la atmósfera era tan densa como la actual terrestre y aún más rica en CO2 y H2.

Curiosamente, bajo este contexto, el H2 atmosférico funcionaba como un gas de efecto invernadero aún más potente que el metano: 1% de H2 calentaba Marte más que el mismo porcentaje de CH4. Pero aquí llega el giro de guion: si una biosfera subterránea de metanógenos proliferó, habría transformado drásticamente la atmósfera, consumiendo la práctica totalidad del H2 y multiplicando el CH4. El problema es que, ¡el hidrógeno calentaba más que el metano! Así que, en vez de caldear el planeta como hizo la metanogénesis en la Tierra, en Marte este proceso podría haber desencadenado un brutal enfriamiento, bajando la temperatura varias decenas de grados y aumentado la cobertura de hielo, haciendo la vida cada vez más difícil y relegándola al interior cada vez más profundo —donde el acceso a los gases (a priori su única fuente de energía)— sería cada vez más complicado.

¿Un destino inevitable para la vida?

Aquí la cosa se pone filosófica (y un poco inquietante). En los años 70, Lovelock y Margulis propusieron la hipótesis Gaia: la vida regula su entorno planetario para preservar su propia habitabilidad… aunque, seamos honestos, los humanos rompemos esa armonía con facilidad. Sin embargo, un concepto reciente, el «cuello de botella de Gaia», sugiere que el reto no es tanto que la vida surja, sino que consiga mantener un mundo habitable a largo plazo.

Lo que sugiere este estudio sobre Marte es todavía más descorazonador. No sólo la vida no garantizaría la habitabilidad: puede, incluso en sus formas microbianas y simples, acabar convirtiéndose en la responsable de empeorar, o incluso destruir, sus propias condiciones de supervivencia. ¿Será esa tendencia la que limita la abundancia de vida en el Universo?

Piénsalo la próxima vez que mires el cielo rojo: quizás, en Marte, la vida cometió el mayor “auto-sabotaje” de la historia cósmica.

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